Alemania, sí, ¡Alemania campeón!

Maradona lloró amargado después de la derrota del 90. Esa Argentina, la de un equipo con un capitán de verdad, no era ni la mitad de esta que cayó derrotada por un golazo de Götze tras una corrida y un pase impecable de Schurrel, pero tenía un gran capitán que esta no tuvo.
En este 2014 los dos mejores equipos del torneo dieron una lección de calidad, táctica, estrategia y buen fútbol. Vimos un partidazo, uno de esos encuentros dignos de una final. Uno de los partidos mayores que se hayan jugado por un título mundial. No exageramos un ápice si decimos que pudo ganarlo cualquiera. La soberbia defensa argentina tuvo un solo error, uno sólo, el que le quitó el triunfo. Demichelis y Garay, simplemente extraordinarios, fueron superados una vez y les costó el título.
¿Quién dijo que Argentina no era equipo? Por supuesto que lo fue, lo fue ante Bélgica, ante Holanda y ante Alemania.
Los germanos, hoy cuatro veces campeones, propusieron el partido sobre un triángulo perfecto: Schweinsteiger, Kroos y Lahm. Sobre ese pilar impresionante construyó Alemania un partido en el que la pelota estuvo en sus pies. El problema es que se encontró con todos los espacios cerrados. Eso sí, forzó a Mascherano a retrasarse, a sumarse a la última línea, lo que ahogó la posibilidad de trabajar espacios en el medio sector. Lavezzi, que hizo un partido notable, logró armar contraataques que pudieron ser goles de Argentina. Ejemplo, el Pipa se 'comió' un gol tras regalo generoso de la defensa alemana.
Fueron dos tiempos distintos, el primero en el que los europeos mandaron y en el que Argentina esperó. Pudo haber logrado en esa lógica abrir espacios por velocidad y por talento, pero Alemania no lo permitió. En la segunda parte los azules estuvieron más cómodos. No pareció acertado el cambio de Lavezzi, la entrada del Kun expresaba una filosofía, apostar por el ataque, pero el Kun no está al nivel necesario. Sin Lavezzi el juego se centralizó y a pesar de que Argentina pudo manejar la bola con mayor soltura en el centro, no pudo abrir por la línea de Rojo, sí, en cambio por el lado de Zabaleta, extraordinario en la recuperación y en la condición de subir y bajar. Biglia no fue la ficha que vimos ante Bélgica y Gago, en el poco tiempo que estuvo, demostró que lo acompañaba la lucidez para encontrar espacios. El alargue fue el despliegue final de la pasión por ganar que ambos equipos desplegaron hasta el último de los límites.
Alemania fue más compacto, con mayor capacidad para subir y bajar en bloque y con claridad para trabajar en el campo del rival sin riesgo atrás. Neuer es un arquero superlativo y su calidad se vio no cuando tuvo que sacar pelotas imposibles, cosa que vimos en otros partidos, sino en su dominio abrumador en el área, su seguridad por alto donde es imbatible, en su papel de líbero, en la espera serena en los tiros de esquina. Digamos que en el otro arco, Sergio Romero acabó por justificar plenamente que no era un arquero de relleno, no sólo por los penales que atajó, sino por todo su Mundial.
Boateng, Hummels y Höwedes correctos, el más flojo Boateng, sobre todo por algunas imprecisiones en la contención y en las salidas. Özil, sin brillar, fue capaz de apoyar en el traslado de pelota de atrás hacia adelante. Quizás, lo difícil es hablar de individualidades en una concepción tan coherente de conjunto. Müller, Klose (sustituido en la decisión mágica por Götze), inquietaron, intentaron, pero tuvieron menos oportunidades claras que los sudamericanos. La que tuvieron, la mejor jugada de ataque de todo el encuentro, valió un título.
Messi, cabizbajo, con algo parecido a la sangre de horchata, escuchó -supongo que sorprendido- su nombre como mejor jugador del torneo. ¿Mejor jugador que James, que Mascherano, que Schweinsteiger, que Robben, que Kroos, que Sneijder, que Vidal…? La FIFA es un imperio, sin duda, y sus descaros no tienen límites. Messi existió en la fase inicial del campeonato, con un par de genialidades que te dejan boquiabierto, pero desapareció en la grande, cuando su equipo necesitaba de él para cambiar el destino, ni digamos en su pálida actuación frente a Bélgica, Holanda y Alemania. Este era su mundial, el mismo momento fundamental que tuvo Maradona en 1986, y no estuvo a la altura, no fue ni la sombra de ese genio que fue Diego el 86, ni el fantasma de Pelé en el 70, ni rastro de lo que fue Zidane en el 98. Lo más duro para decir de él es que no pesó anímicamente, no se llevó al equipo con él, no marcó con su vigor, con su fuerza anímica y futbolística a un equipo que lo necesito más que nunca, pero que le demostró al mundo que esta Argentina, no es la de Messi, es la de un grupo tan bien armado por Sabella que, a diferencia de Scolari, aprendió partido a partido a construir este equipo compacto y casi impecable que disputó con gloria el título mundial.
Ángel Cappa decía antes del partido, que se enfrentaba el orden contra el caos y en cuanto a organización tenía razón. La distancia entre la liga alemana y la liga argentina es sideral, empezando por la violencia, siguiendo por la corrupción, terminando por la organización, pero el fútbol es algo más que eso. El talento sudamericano estuvo presente en esta final a pesar del caos que algún día debiera terminar en el fútbol del Río de la Plata. Pero, a diferencia de Brasil, Argentina mostró, como Colombia, Chile, Costa Rica y México, un fútbol del que uno puede estar orgulloso.
La Alemania de Joachim Löw es un equipo ante el que no cabe otra cosa que sacarse el sombrero, un cuadro magnífico, de grandes futbolistas, de talento y calidad creativa que la harán recordar como una de las grandes selecciones de la historia. ¡Todo honor para los tetracampeones del mundo!.
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